martes, 29 de septiembre de 2015

PUENTES POR CONSTRUIR

No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas adyacentes cayeron en un conflicto. Este fue el primer conflicto serio que tenían en 40 años de cultivar juntos hombro a hombro, compartiendo maquinaria e intercambiando cosechas y bienes en forma continua.
Esta larga y beneficiosa colaboración terminó repentinamente. Comenzó con un pequeño malentendido y fue creciendo hasta llegar a ser una diferencia mayor entre ellos, hasta que explotó en un intercambio de palabras amargas seguido de semanas de silencio.

 Una mañana alguien llamó a la puerta de Luis. Al abrir la puerta, encontró a un hombre con herramientas de carpintero. "Estoy buscando trabajo por unos días", dijo el extraño, "quizás usted requiera algunas pequeñas reparaciones aquí en su granja y yo pueda ser de ayuda en eso".

"Sí", dijo el mayor de los hermanos, "tengo un trabajo para usted. Mire, al otro lado del arroyo, en aquella granja, ahí vive mi vecino, bueno, de hecho es mi hermano menor".

"La semana pasada había una hermosa pradera entre nosotros y él tomó su bulldozer y desvió el cauce del arroyo para que quedara entre nosotros". "Bueno, él pudo haber hecho esto para enfurecerme, pero le voy a hacer una mejor. ¿Ve usted aquella pila de desechos de madera junto al granero?" "Quiero que construya una cerca, una cerca de dos metros de alto, no quiero verlo nunca más."

El carpintero le dijo: "Creo que comprendo la situación. Muéstreme donde están los clavos y la pala para hacer los hoyos de los postes y le entregaré un trabajo que lo dejará satisfecho."

El hermano mayor le ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la granja por el resto del día para ir por provisiones al pueblo. El carpintero trabajó duro todo el día midiendo, cortando, clavando. Cerca del ocaso, cuando el granjero regresó, el carpintero justo había terminado su trabajo.

El granjero quedó con los ojos completamente abiertos, su quijada cayó. No había ninguna cerca de dos metros; en su lugar había un puente. Un puente que unía las dos granjas a través del arroyo. Era una fina pieza de arte, con todo y pasamanos.

En ese momento, su vecino, su hermano menor, vino desde su granja y abrazando a su hermano le dijo: "Eres un gran tipo, mira que construir este hermoso puente después de lo que he hecho y dicho".

Estaban en su reconciliación los dos hermanos, cuando vieron que el carpintero tomaba sus herramientas. "¡No, espera!", le dijo el hermano mayor, "quédate unos cuantos días. Tengo muchos proyectos para ti".

"Me gustaría quedarme", dijo el carpintero, "pero tengo muchos puentes por construir".

domingo, 27 de septiembre de 2015

LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA

La prudencia es una de esas virtudes de las que apenas se habla y que, sin embargo, resulta ser una clave en el dificilísimo arte de ordenarnos rectamente en nuestra relación con el prójimo. No nacemos prudentes, pero debemos hacernos prudentes por el ejercicio de la virtud. Y no es tarea fácil.
El pensamiento puede descarriarse como se descarría la voluntad, porque está expuesto a las mismas pasiones y a los mismos condicionamientos. Pensar y bien exige una gran atención, no sólo sobre las cosas, sino principalmente sobre nosotros mismos.
Hay que saber estar atentos sobre las razones, pero mucho más sobre nuestras pasiones que son las que nos impulsan al error. Porque los hombres solemos errar por precipitación en nuestros juicios, afirmando cosas que la razón no ve claras, pero que estamos impulsados a afirmar como desahogo de nuestras pasiones. Quien no sabe controlar sus pasiones, tampoco sabrá controlar sus razones y se hace responsable moral de sus yerros.

La razón es la que ha de regir nuestra conducta en la verdad y por eso la prudencia es la primera de las virtudes cardinales. Pero la verdad requiere tener sosegada el alma para conseguir tener sosegada la mente con objetivas razones.

¡SI YO CAMBIARA ..., CAMBIARÍA EL MUNDO


Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás, los haría felices.

Si yo deseara siempre el bienestar de los demás, yo sería más feliz.

Si yo comprendiera plenamente mis errores y defectos, sería humilde y comprensivo con los otros.

Si yo cambiara el "tener" más por el "ser" más, ¡cuán dichoso sería!

Si yo cambiara el ser "yo" a ser "nosotros", comenzaría la civilización del amor.

Si yo siguiera decididamente a Jesús y su Evangelio, comenzaría a vivir la verdadera felicidad.

Si yo amara "en serio" a los demás, ellos cambiarían.

Si yo cambiara mi manera de pensar hacia los otros, los comprendería.

Si yo criticara menos y aplaudiera más, ¡cuántos amigos ganaría!

Si yo encontrara lo positivo en todos, ¡con qué alegría los trataría!

Si yo cambiara mi manera de tratar a los demás, tendría más amigos.

Si yo aceptara a todos como son, sufriría menos.

Si yo comprendiera que todos cometemos errores, sería más humilde.

Si yo tuviera más sentido del humor, relativizaría mis pequeños problemas.

Si yo pensase antes de decir y de hacer, me ahorraría muchas palabras y más de un fracaso.

Si yo fuese más «inteligente», no me quedaría en las apariencias de las personas y de las cosas.

Si yo mirase «más allá de mi ombligo», .vería a más de una persona que me necesita.

Si yo me esforzara siempre por hacer el bien a los demás, sería más feliz.

EL LOCO


En un pueblo rodeado de cerros habitaba un loco, la gente del pueblo le llamaba así: "EL LOCO", ¿y por qué le llamaban así?, ¿Qué acaso hacía cosas disparatadas, cosas raras, cosas diferentes a lo que hacen la mayoría de las personas, al menos en ese pueblo?
La gente al verlo pasar se reía y se burlaba de él, humildemente vestido, sin posesiones, sin una casa que se dijera de su propiedad, sin una esposa ni unos hijos; *un desdichado*, pensaba la gente, alguien que no beneficiaba a la sociedad, **un inútil** comentaban otros.
Más he aquí que este viejo ocupaba su vida sembrando árboles en todas partes donde pudiera, sembraba semillas de las cuales nunca vería ni las flores ni el fruto, y nadie le pagaba por ello y nadie se lo agradecía, nadie lo alentaba, por el contrario, era objeto de burla ante los demás.
Y así pasaba su vida, poniendo semillas, plantando arbolitos ante la burla de los demás. Y he aquí que ese ser era un gran Espíritu de Luz, que poniendo la muestra de cómo se deben hacer las cosas, sembrando, siempre sembrando sin esperar a ver el fruto, sin esperar a saborearlo.
Y sucedió que un día cabalgaba por esos rumbos el Sultán de aquellos lugares, rodeado de su escolta y observaba lo que sucedía verdaderamente en su reino, para no escucharlo a través de la boca de sus ministros.
Al pasar por aquel lugar y al encontrarse al Loco le preguntó: _ ¿Qué haces, buen hombre?
Y el viejo le respondió: _ Sembrando Señor, sembrando.
Nuevamente inquirió el Sultán: _ Pero, ¿cómo es que siembras? Estás viejo y cansado, y seguramente no verás siquiera el árbol cuando crezca. ¿Para qué siembras entonces?
A lo que el viejo contesto: _ Señor, otros sembraron y he comido, es tiempo de que yo siembre para que otros coman.
El Sultán quedo admirado de la sabiduría de aquel hombre al que llamaban LOCO, y nuevamente le preguntó:
_ Pero no verás los frutos, y aun sabiendo eso continuas sembrando... Por ello te regalaré unas monedas de oro, por esa gran lección que me has dado.
El Sultán llamo a uno de sus guardias para que trajese una pequeña bolsa con monedas de oro u las entregó al sembrador.
El sembrador respondió: _Ves, Señor, como ya mi semilla ha dado fruto, aún no la acaba de sembrar y ya me está dando frutos, y aún más, si alguna persona se volviera loca como yo y se dedicara solamente a sembrar sin esperar los frutos sería el más maravilloso de todos los frutos que yo hubiera obtenido, porque siempre esperamos algo a cambio de lo que hacemos, porque siempre queremos que se nos devuelva igual que lo que hacemos. Esto, desde luego, sólo cuando consideramos que hacemos bien, y olvidándonos de lo malo que hacemos.
El Sultán le miró asombrado y le dijo: _ ¡Cuánta sabiduría y cuánto amor hay en ti!, ojalá hubiera más como tú en este mundo, con unos cuantos que hubiese, el mundo sería otro; más nuestros ojos tapados con unos velos propios de la humanidad, nos impiden ver la grandeza de seres como tú. Ahora me retiraré porque, si sigo conversando contigo, terminaré por darte todos mis tesoros, aunque sé que los emplearlas bien, tal vez mejor que yo. ¡Qué Alá te Bendiga!
Y terminado esto, partió el Sultán junto con su séquito, y el Loco siguió sembrando y no se supo de su fin, no se supo si termino muerto y olvidado por ahí en algún cerro, pero él había cumplido su labor, realizó la misión, la misión de un Loco.
Reflexión:

Este cuento sirve para ilustrarnos lo que muchos seres hacen en este mundo, pero callados, sin esperar recompensa y he aquí que se requieren muchos locos en el mundo, seres que repartan la Luz, que den la enseñanza, que sean guías en este mundo tan hambriento de la enseñanza espiritual.

EL ÀRBOL TRISTE

 Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol 

profundamente triste. El pobre tenía un problema: No sabía quién era. 

Lo que le faltaba era concentración, le decía el manzano: 

- Si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. ¿Ves qué fácil es? 

- No lo escuches, exigía el rosal, es más sencillo tener rosas y ¿Ves qué bellas son?. 

Y el árbol desesperado intentaba todo lo que le sugerían y, como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado. 

Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: 

- No te preocupes, tu problema no es tan grave. Es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución: no dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas... sé tú mismo, conócete y, para lograrlo, escucha tu voz interior. - Y dicho esto, el búho desapareció. 

- ¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...? , se preguntaba el árbol desesperado, cuando, de pronto, comprendió... 

Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole: 

Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble y tu destino es crecer grande y majestuoso, dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje... Tienes una misión: cúmplela. 

Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. 

Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz. 

Yo me pregunto al ver a mi alrededor... 

- ¿Cuántos serán robles que no se permiten a sí mismos crecer? 

- ¿Cuántos serán rosales que, por miedo al reto, sólo dan espinas? 

- ¿Cuántos naranjos que no saben florecer? 

En la vida, todos tenemos un destino que cumplir, un espacio que llenar... 

No permitamos que nada ni nadie nos impida conocer y compartir la maravillosa esencia de nuestro ser. Démonos ese regalo a nosotros mismos y también a quienes amamos.

EL SACO DE PLUMAS


Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, todo por la envidia que le tuvo al ver el éxito que este había alcanzado. 

Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo: 

"Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?", 
a lo que el hombre respondió: "Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suelta una donde vayas". 

El hombre muy contento por aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas. 

Volvió donde el sabio y le dijo: "Ya he terminado", a lo que el sabio contestó: "Esa es la parte más fácil. 
Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. 
Sal a la calle y búscalas". 
El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba y no pudo juntar casi ninguna. 

Al volver, el hombre sabio le dijo: 
"Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste".

viernes, 25 de septiembre de 2015

¿Cómo Sabes?


Hace muchos años, en una pobre aldea china vivía un labrador con su hijo. Su único bien material, aparte de la tierra y de la pequeña casa de paja, era un caballo que había heredado de su padre.  Un buen día el caballo se escapó, dejando al hombre sin animal para labrar la tierra. Sus vecinos —que lo respetaban mucho por su honestidad y diligencia— acudieron a su casa para decirle cuánto lamentaban lo ocurrido. Él les agradeció la visita, pero preguntó:
—¿Cómo podéis saber que lo que ocurrió ha sido una desgracia en mi vida?  Alguien comentó en voz baja con un amigo:
«Él no quiere aceptar la realidad, dejemos que piense lo que quiera, con tal que no se entristezca por lo ocurrido».
Y los vecinos se marcharon, fingiendo estar de acuerdo con lo que habían escuchado.
 Una semana después, el caballo retornó al establo, pero no venía solo: traía una hermosa yegua como compañía. Al saber eso los habitantes de la aldea alborozados, porque sólo ahora entendían la respuesta que el hombre les había dado, retornaron a casa del labrador para felicitarlo por su suerte.
—Antes tenías sólo un caballo, y ahora tienes dos. ¡Felicitaciones!—dijeron.
—Muchas gracias por la visita y por vuestra solidaridad —respondió el labrador.  ¿Pero cómo podéis saber que lo que ocurrió es una bendición en mi vida?
Desconcertados, y pensando que el hombre se estaba volviendo loco, los vecinos se marcharon, comentando por el camino:
«¿Será posible que este hombre no entienda que Dios le ha enviado un regalo?».
Pasado un mes, el hijo del labrador decidió domesticar la yegua. Pero el animal saltó de una manera inesperada, y el muchacho tuvo una mala caída rompiéndose una pierna.  Los vecinos retornaron a la casa del labrador, llevando obsequios para el joven herido. El alcalde de la aldea, solemnemente, presentó sus condolencias al padre diciendo que todos estaban muy tristes por lo que había sucedido.  El hombre agradeció la visita y el cariño de todos. Pero preguntó:
 
—¿Cómo podéis vosotros saber si lo ocurrido ha sido una desgracia en mi vida?
Esta frase dejó a todos estupefactos, pues nadie puede tener la menor duda de que un accidente con un hijo es una verdadera tragedia.  Al salir de la casa del labrador, comentaban entre sí:
«Realmente se ha vuelto loco; su único hijo se puede quedar cojo para siempre y aún tiene dudas de que lo ocurrido es una desgracia».
Transcurrieron algunos meses y el Japón declaró la guerra a China. Los emisarios del emperador recorrieron todo el país en busca de jóvenes saludables para ser enviados al frente de batalla. Al llegar a la aldea, reclutaron a todos los jóvenes excepto al hijo del labrador que estaba con la pierna rota.  Ninguno de los muchachos retornó vivo. El hijo se recuperó, los dos animales dieron crías que fueron vendidas y rindieron un buen dinero. El labrador pasó a visitar a sus vecinos para consolarlos y ayudarlos ya que se habían mostrado solidarios con él en todos los momentos.  Siempre que alguno de ellos se quejaba el labrador decía:
¿Cómo sabes si esto es una desgracia?  Si alguien se alegraba mucho, él preguntaba:
¿Cómo sabes si eso es una bendición?
Y los hombres de aquella aldea entendieron que, más allá de las apariencias, la vida tiene otros significados.
Autor Desconocido

LA ANTIGUA VASIJA DE CERÀMICA


Contaba el Maestro en cierta ocasión la historia de una antigua vasija de cerámica de valor inestimable por lo que había pagado una fortuna en una subasta pública. La vasija había sido usada durante años por un mendigo que acabó sus días en la miseria, totalmente ignorante del valor de aquel objeto con el que había pedido limosna.
Cuando un discípulo preguntó al Maestro qué representaba aquella vasija, el Maestro le dijo: "A ti mismo".
El discípulo le pidió que se explicara, y el Maestro prosiguió: "Tú centras toda tu atención en el insignificante conocimiento que adquieres de los libros y de los maestros. Sería mejor que le prestaras más atención a la vasija en la que lo guardas".
Autor Desconocido

LA ERMITA


El viejo Haakon cuidaba cierta Ermita. En ella se veneraba un crucifijo de mucha devoción. Este crucifijo recibía el nombre, bien significativo, de "Cristo de los Favores". Todos acudían allí para pedirle al Santo Cristo. Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodilló ante la imagen y le dijo:
"Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en La Cruz." Y se quedó fijo con la mirada puesta en la Sagrada Efigie, como esperando la respuesta. El Crucificado abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:
—"Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición."
—"¿Cuál, Señor?", preguntó con acento suplicante Haakon.
—"Es una condición difícil", dijo el Señor.
—"Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor", respondió el viejo ermitaño.
—"Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar siempre silencio".  Haakon contestó:
—"Os, lo prometo, Señor". Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño colgado de cuatro clavos en la Cruz.
El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y éste por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada. Los devotos seguían desfilando pidiendo favores. Pero un día llegó un rico, después de haber orado dejó allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla pensó que el muchacho se a había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo:
—"¡Dame la bolsa que me has robado!". El joven sorprendido, replicó:
—"No he robado ninguna bolsa".
—"No mientas, ¡devuélvamela enseguida!.
—"Le repito que no he cogido ninguna bolsa", afirmó el muchacho.
El rico arremetió, furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte:
—"¡Detente!"  El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Este quedó anonadado, y salió de la Ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la Ermita quedó a solas Cristo se dirigió a su siervo y le dijo:
—"Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio".
—"Señor", dijo Haakon, "¿cómo iba a permitir esa injusticia?Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño que quedó ante el Crucifijo. El Señor, clavado, siguió hablando:—"Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo sí sé. Por eso callo". . . Y la sagrada imagen del crucificado guardó silencio.
¡Cuántas veces pretendemos dirigir nuestro destino creyendo que es lo mejor para nosotros!.  Sólo Dios sabe lo que es mejor para nosotros. Hay que aprender a aceptar su Santa voluntad, aunque a veces no la comprendamos.
Autor Desconocido

"EL AMOR DE DIOS"

NOS ALIENTA, NOS LEVANTA, NOS DIGNIFICA, NOS CONSUELA, NOS SALVA, NOS LIBERA, NOS FORTALECE, NOS DA VIDA...


SONRIE


"QUIEN A DIOS TIENE, NADA LE FALTA"

¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó. 
 Lc. 24,5-6

Jesús, vive por siempre. Él va delante de nosotros si estamos dispuestos a recorrer su propio camino. Lo iremos viendo si caminamos tras sus pasos.
Ha triunfado sobre la muerte para darnos vida, vida en abundancia. Todo está sometido a él.
Que en medio de toda tribulación Jesús, sea nuestra mayor fortaleza, paz y alegría.

jueves, 10 de septiembre de 2015

SÓLO CRISTO NOS REVELA LA VERDADERA ACTITUD DEL ALMA DELANTE DE DIOS

Cristo, en efecto sabe mejor que nadie cuáles deben ser nuestras relaciones con Dios, porque conoce. Al escucharlo no corremos ningún riesgo de separarnos: es la Verdad misma. Ahora bien, ¿qué actitud quiere que tengamos con Dios? Bajo qué aspecto quiere que lo contemplemos y lo honremos? Sin duda, nos enseña que Dios es el maestro soberano que debemos adorar. “Esta escrito: tu adorarás al Señor al Señor y no servirás sino a E.l(1)”. “Pero ese Dios que hay que adorar es un Padre”: Veri adoradores adorabunt Patrem in spiritu veritate, nam et Pater tales quaerit qui adorent eum(2).
¿La adoración es el único sentimiento que debe hacer latir nuestros corazones? ¿Constituye la única actitud que debemos tener respecto de ese Padre que es Dios? No; Cristo agrega el amor, y un amor pleno, perfecto, sin reserva ni restricción. Cuando se preguntó a Jesús cuál era el más grande de los mandamientos, ¿qué respondió? “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todo tu espíritu, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”(3). Amarás: amor de complacencia hacia ese Señor de tan grande Majestad, hacia ese Dios de una perfección tan elevada; amor de beneficencia que busca procurar su gloria; amor de reciprocidad hacia un Dios “que nos amo primero”(4).
Dios quiere, pues, que nuestras relaciones con él estén impregnadas a la vez por una reverencia filial y de un profundo amor. Sin la reverencia, el amor corre el riesgo de degenerar y dejar escapar algo de mal gusto, soberanamente peligroso; sin el amor que nos conduce totalmente con su impulso hacia nuestro Padre, el alma vive en el error y hace injuria al don divino.
Y para salvaguardar en nosotros esos dos sentimientos que parecen contradictorios, Dios nos comunica el Espíritu de su Hijo Jesús, que, a través de sus dones de temor y de piedad armoniza en nosotros, en la justa proporción que reclaman, la adoración más íntima y el amor más tierno: Quonian estis filii, misit Deus spiritum Filii sui in corda vestra(5).
Este es el espíritu que, a partir de la enseñanza de Jesús mismo, debe regir y gobernar toda nuestra vida: es el “espíritu de adopción de la Alianza Nueva” que San pablo oponía al “espíritu de toda servidumbre ” de la Ley Antigua.
¿Me preguntarán, tal vez, la razón de esta diferencia? Es que después de la Encarnación, Dios mira a la humanidad en su hijo; por causa suya envuelve a la humanidad entera con la misma mirada de complacencia, cuyo objeto es su Hijo, nuestro hermano mayor; por eso quiere que, como él, con él y en Él, vivamos “como hijos bien amados”(6).
Me dirán también: Y cómo amar a Dios que no vemos: Deum nemo vidit unquam?(7) – la luz divina es, aquí abajo, inaccesible”(8); es cierto, pero Dios se reveló a nosotros en su Hijo Jesús: Ipse illuxit cordibus nostris… in facie Christi Jesu(9). El Verbo encarnado es la revelación auténtica de Dios y de sus perfecciones; y el amor que Cristo nos muestra no es sino la manifestación del amor que Dios nos alcanza.
El amor de Dios, en efecto, es, en sí inabarcable, nos sobrepasa completamente; no puede el espíritu del hombre concebir lo que es Dios; en Él las perfecciones no son distintas de s naturaleza: el amor de Dios es Dios mismo: Deus caritas est(10). ¿Cómo, pues, tendremos una idea auténtica del amor de Dios? Mirando a Dios que se manifiesta a nosotros bajo una forma tangible. Y cuál es ésta forma? Es la humanidad de Jesús. Cristo es Dios, pero Dios que se revela a todos. La contemplación de la santa humanidad de e sla vía más segura para llegar a la verdadero conocimiento de Dios. “ Quien lo ve, ve al Padre”(11); el amor que nos muestra el verbo encarnado revela el amor del Padre respecto de nosotros, porque “el Verbo y el Padre no son sino uno: Ego et Pater unum sumus(12).
Este orden, una vez establecido no cambia nunca. El cristianismo, es el amor de Dios que se manifiesta al mundo por medio de Cristo; y toda nuestra religión debe orientarse a contemplar este amor en Cristo y a responder al amor de Cristo para alcanzar a Dios,.
Tal es el plan divino, tal es el pensamiento de Dios sobre nosotros. Si no nos adaptamos a él, no habrá para nosotros ni luz ni verdad; no habrá seguridad.
Ahora bien, la actitud esencial que reclama de nosotros ese plan divino es el de hijos adoptivos. Seguimos siendo seres sacados de la nada, y delante de “ese Padre de inmensa majestad”(13), debemos prosternarnos con el sentimiento de la más humilde reverencia; pero a esas relaciones fundamentales, que nacen de nuestra condición de criaturas, se superponen, no para destruirlas, sino para coronarlas, relaciones más altas, más extendidas y más íntimas que resultan de nuestra adopción divina, y que apuntan todas a servir a Dios por amor.
Esta actitud personal que debe responder a la realidad de nuestra adopción celeste está particularmente favorecida por la devoción al corazón de Jesús. Haciéndonos contemplar el amor humano de Cristo por nosotros, esta devoción nos introduce en el secreto del amor divino; inclinando a nuestra alma para que lo reconozca mediante una vida movida por el amor, conserva en nosotros esos sentimientos de piedad filial que debemos tener hacia el Padre.
Cuando recibimos a Nuestro Señor en su santa comunión, poseemos en nosotros ese corazón divino que es un horno de amor. Pidámosle intensamente que Él mismo nos haga comprender este amor, porque, en esto, un rayo de lo alto es más eficaz que todos los razonamientos humanos; pidámosle que alumbre en nosotros el amor a su persona. “Si por una gracia del Señor, dice Santa Teresa, su amor se imprime un día en nuestro corazón, todo se nos hará fácil; rápidamente y sin la menor dificultad pasaríamos a las obras”(14).
Si este amor por la persona de Jesús está en nuestro corazón, nuestra actividad lo hará brotar. Podremos reencontrar dificultades, estar sometidos a grandes pruebas, sufrir violentas tentaciones; si amamos a Cristo Jesús, esas dificultades, esas pruebas, esas tentaciones nos encontrarán firmes. Aquae mulate non potuerunt exstinguere caritatem(15). Porque cuando “el amor de Cristo nos urje, no queremos más para nosotros mismos, sino para Aquél que nos amó y se entregó por nosoros”: Ut et qui vivunt, jam non sibi vivant, sed qui pro ipsis mortuus est(16).

RECORDATORIOS EN ACRÍLICO