Dios, en su bondad y sabiduría, se revela al hombre. Por medio de acontecimientos y palabras.
Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo.1 Pedro 1,6-7
Desde el principio, Dios se manifiesta a Adán y Eva, nuestros primeros padres, y les invita a una íntima comunión con Él. Después de la caída, Dios no interrumpe su revelación, y les promete la salvación para toda su descendencia. Después del diluvio, establece con Noé una alianza que abraza a todos los seres vivientes.
Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4), es decir, de Jesucristo. Cuando nos llegan los sufrimientos suele pasar que muchas veces nos cuestionamos ¿Por qué? ¿Por qué a mí? sin encontrar en el momento respuesta alguna; más si lo hacemos desde del punto de vista humano.
Ante estos cuestionamientos e impotencia es cuando algunos recurrimos a Dios preguntándole por qué. Pero es solo al contemplar a Jesús en la cruz, que lograremos encontrar el valor de nuestros sufrimientos. Jesús nos llama y nos invita a seguirle desde el sufrimiento. Cristo nos responde desde la Cruz y nos invita a tomar la cruz del sufrimiento.
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